Después de dos debates sobrios y uno de alta calificación ante sus oponentes hacia la presidencia de la República, Claudia Sheinbaum Pardo ya es ganadora para ocupar la silla presidencial, al menos en el diagnóstico de la prudencia, de la objetividad y del sentido común, aunque falta la última palabra proveniente de los ciudadanos comunes, de las bases de cada partido, de los convencidos por Sheinbaum, y de aquellos que en mayorías se dividen entre lópezobradoristas y antilópezobradoristas, y un reducido grupo de inexpertos votantes juveniles, que ha sabido conquistar Jorge Álvarez Máynez en una ola naranja originada por Dante Delgado y Mariana Rodríguez Cantú. Y entre todas estas clasificaciones de votantes, resulta difícil pensar que existen mexicanos que se pasman de admiración por una persona tan desagradable como Xóchitl Gálvez quien parece agrupar todos los defectos que puede tener una política, una mujer y una mexicana, lo que da un crecimiento mayor a la Doctora Claudia quien se da el lujo de no contestar a las bajezas de Gálvez y de corregirla en pleno debate, y también mantenerse en silencio ante una traficante de influencias y corrupta que teniendo una secuestradora sentenciada en su familia, escupe de insultos a su adversaria llamándola: la candidata de las mentiras, narcocandidata, juzgando sus creencias, mostrándole dibujos que la ridiculizan y reprochándole los errores de su ex cónyuge y robándole sus ideas así como los lemas de su movimiento. Mientras tanto las encuestas de manera unánime, salvo excepción de una de dudosa procedencia, muestran en sus gráficas la ventaja de Claudia, y como Xóchitl Gálvez, parece ser alcanzada en el segundo lugar por Máynez, como le gusta que le digan. Desde antes de comenzar el juego de canicas, Sheinbaum tenía las mejores esferas golpeadoras al contar con el aval del Presidente Andrés Manuel López Obrador cuyo sexenio resulta una carta de recomendación abierta y confiable para el votante, pero muchos no se imaginaban que la defensora pripanista solamente sería una figura bufonesca capaz de lograr una risa involuntaria hasta de aquellos que lloran en un velorio, ante los sepultureros perredistas y el cadáver de dos partidos que siempre negaron ser un mismo color.