Con motivo d e las celebraciones de la Revolución mexicana,
el Presidente de México, Andrés Manuel López Obrador manifestó: “Las fechas de
la Revolución mexicana nunca podrían pasar inadvertidas para quienes estamos
sinceramente comprometidos con hacer valer las libertades, la igualdad, la
justicia, la democracia y la soberanía.
Son varias las lecciones que nos dejó la Revolución, pero
hay dos enseñanzas mayores:
Una es que las dictaduras o las oligarquías no garantizan la
paz ni la tranquilidad social.
Y la otra es que los gobiernos democráticos sólo pueden
tener éxito si atienden las demandas de las mayorías y, en consecuencia,
consiguen a cambio, como recompensa, el apoyo del pueblo.
Consideremos esta paradoja: los regímenes autoritarios
terminan siendo subversivos, así las opresivas condiciones políticas,
económicas y sociales del porfiriato provocaron la Revolución. La lección es
que ningún modelo económico funciona si se sostiene con las armas y si la
prosperidad de unos pocos se sustenta en la esclavitud y el empobrecimiento de
muchos.
Desde su inicio, la dictadura porfirista se orientó a
favorecer a los ricos y dio la espalda a los pobres. Aunque Porfirio Díaz era
de origen humilde, siempre procuró pertenecer a los de arriba y agradar a
potentados nacionales o extranjeros.
Logró culminar sus pretensiones aristocráticas cuando
contrajo matrimonio con Carmen Romero Rubio, una joven de 17 años que
pertenecía a la alcurnia mexicana, hija de Manuel Romero Rubio, antiguo
ministro de Relaciones del presidente desterrado, Sebastián Lerdo de Tejada.
Don Daniel Cosío Villegas sostenía que esa ceremonia, esa boda, es quizá el
primer brote aristocrático ostensible de la vida mexicana desde la caída del
imperio.
Con el porfiriato comenzó la época de los grandes negocios
al amparo del poder público. Por ejemplo, en mayo de 1881 se llevó a cabo una
maniobra que puede considerarse precursora de las prácticas del influyentismo y
de la corrupción política del México moderno.
El secretario de Hacienda, Francisco de Landero y Cos,
vendió a Ramón Guzmán, Sebastián Camacho y Félix Cuevas 36 mil acciones de la
línea de trenes de México a Veracruz — inaugurada por Lerdo—, que hasta
entonces era la única vía férrea en el país.
El gobierno aceptó que le pagaran por cada una de las
acciones de la empresa 12 libras esterlinas, cuando ese mismo día en la bolsa
de Londres éstas se cotizaban en 16 libras y la tendencia iba al alza. Uno de
los compradores y beneficiarios del fraude era Ramón Guzmán, quien seis meses
después firmaría como testigo de Carmelita en su boda con Porfirio.
Es un mito, una mentira alentada por los conservadores, que
en esa dictadura se gobernó con honradez y disciplina administrativa y
financiera. Por el contrario, ahí empezó la política del rescate de la quiebra
a las empresas de los potentados, tipo Fobaproa.
Estas decisiones en beneficio de las élites fueron, en buena
medida, responsables del endeudamiento del país, que llegó a ser equivalente a
cinco veces su presupuesto anual. Por lo demás, la corrupción política
prevaleció en todo el periodo porfirista.
La inversión privada, a pesar de ser supuestamente la
palanca principal del crecimiento, fue escasa y, obviamente, de carácter
meramente lucrativo, antisocial y antinacional.
El porfirista Francisco Bulnes asegura que la mayor cantidad
de obra pública realizada durante ese régimen se financió mediante la emisión
de bonos y contratación de deuda. Según su análisis, la inversión privada para
obras como la hidroeléctrica de Necaxa, que costó 70 millones y llegó en total
a 286 millones de pesos de aquellos tiempos; sin embargo, la obra financiada
con deuda pública se estima en 667 millones de pesos, es decir, 69 por ciento
más que la inversión privada nacional o extranjera.
Conviene destacar que el monto mayor de la deuda contraída
por el gobierno fue el destinado a construir 18 mil kilómetros de vías férreas
de concesión federal, pues en 1908, dos años antes de que estallara la
Revolución, se rescató a las empresas extranjeras que poseían los bonos de los
ferrocarriles con un costo de 500 millones de pesos, el 52 por ciento de toda
la inversión pública y privada aplicada durante el porfiriato en obras e
industrias de nacionales y extranjeros.
Esta operación de rescate a las empresas ferrocarrileras
extranjeras fue tan onerosa para México, que el periodista John Kenneth Turner,
escritor del libro México bárbaro, asegura que en el negocio de la compra de
los ferrocarriles a las compañías extranjeras el ministro de Hacienda, José
Ives Limantour, y Pablo Macedo, hermano de Miguel Macedo, subsecretario de
Gobernación, se repartieron una utilidad de nueve millones de dólares en oro.
La versión de Bulnes es distinta, pero no menos indicativa
de corrupción. Afirma que, en la compra de acciones de las empresas
ferrocarrileras, Julio Limantour, hermano del secretario de Hacienda, contó con
información privilegiada y con un crédito del Banco Nacional adquirió
anticipadamente acciones que circulaban a bajo precio en el mercado de Nueva
York para después venderlas a precio elevado al gobierno mexicano, representado
por el hermano del fervoroso especulador.
Con tales hechos, se puede entender cómo se pensaba y
actuaba en el régimen porfirista: el hombre fuerte, el caudillo o dictador no
sólo compartía ese estilo o forma de gobierno, sino lo encarnaba; admiraba a
los llamados hombres de negocio y en especial a los foráneos, mientras
despreciaba al pueblo raso, a los pobres de su país.
En su pensamiento, por ejemplo, los indígenas dueños
originarios del territorio acaparaban, según él, las tierras, y había que
despojarlos por la fuerza para entregarlas a particulares, emprendedores,
nacionales o extranjeros.
Las llamadas campañas contra los mayas, mayos y yaquis
fueron en realidad una segunda conquista, no menos brutal que la de 1521. Sin
considerar la represión de los mayas y de otros pueblos indígenas, el gobierno
federal empleó contra los yaquis cuatro mil 800 soldados y tres mil contra los
mayos, o sea, la cuarta parte del Ejército. Esta guerra de exterminio, que
significó asesinar a 15 mil yaquis, no sólo es la más infame prueba del
carácter dictatorial del régimen porfirista, sino uno de los capítulos más
vergonzosos de nuestra historia patria.
Un trato parecido recibieron los obreros que trabajaban de
sol a sol, sin derecho de asociación ni protestas, so pena de despidos y hasta
de cárcel. En 1906, en las negociones obrero-patronales de la industria textil
de Veracruz, Puebla y Tlaxcala, lo único que aceptaron los patrones del pliego
petitorio de los trabajadores fue que sólo laborarían de las 6:00 de la mañana
a las 8:00 de la noche, menos dos intervalos de 45 minutos para el almuerzo y
la comida.
Y cómo olvidar la brutalidad aplicada en las matanzas y encarcelamientos
de obreros y dirigentes de las huelgas de Cananea, en Sonora; y Río Blanco, en
Veracruz.
Pero, al final, ni el autoritarismo ni la esclavitud ni el
tan cacareado progreso pudieron impedir que surgiera la Revolución.
Turner, periodista estadounidense, ya citado en su libro
escrito en vísperas del jolgorio porfirista del centenario de la Independencia,
acertó al decir: ‘En México existe hoy un movimiento nacional para abolir la
esclavitud y la autocracia de Díaz’, y agregaba: ‘Bajo el bárbaro gobierno
mexicano actual no hay esperanza de reformas, excepto por medio de la
revolución armada’.
Y así fue. Un hacendado de ideas libertarias y lleno de
bondad, Francisco I. Madero, convocó al pueblo el 20 de noviembre de 1910 a
tomar las armas contra la dictadura porfirista.
El 14 de febrero de 1911, Madero entra al país, se pone al
frente de los revolucionarios y, luego de fracasar en Casas Grandes, monta el
cerco para la toma de Ciudad Juárez, Chihuahua con el apoyo militar de Pascual
Orozco y Francisco Villa.
El triunfo en Ciudad Juárez desató con más fuerza la
Revolución en el país: casi todas las capitales y las ciudades importantes
fueron ocupadas por diversos grupos adheridos al maderismo.
El 21 de mayo, en la noche, frente a la aduana de Ciudad
Juárez, se firmó el convenio de paz que incluía el compromiso de renuncia de
Porfirio Díaz, el nombramiento de Francisco León de la Barra, secretario de
Relaciones, como presidente interino, y la expedición de la convocatoria a
elecciones generales en los términos previstos en la Constitución, entre otros
acuerdos.
El 25 de mayo de 1911, Porfirio Díaz renuncia a la
presidencia que había ocupado legal, formal y, de hecho, durante 34 años. El
viejo dictador, ahora en calidad de expresidente, salió de la Ciudad de México
el mismo día por la noche rumbo al puerto de Veracruz protegido por una escolta
al mando del general Victoriano Huerta, y el día 27 embarcó en el vapor
Ypiranga rumbo a Europa.
Mientras tanto, Madero viajaba de Ciudad Juárez a la
capital, y en todo el trayecto es aclamado por el pueblo, mas no tanto como el
1º de junio de 1911, cuando hizo su entrada triunfal aquí, en la Ciudad de
México, donde lo recibieron alrededor de 100 mil personas.
El comportamiento de la oposición durante el gobierno
democrático legal, legítimamente del presidente Madero, el comportamiento de la
oposición durante el gobierno democrático del presidente Madero es muy
aleccionador de cómo los de arriba, los oligarcas, la mayoría de la prensa, los
intelectuales acomodaticios y los políticos corruptos, suelen ser amigos de
mentira y enemigos de verdad.
Como revolucionario y después como presidente, Madero actuó
con rectitud, congruencia y respeto a las libertades, pero por lo complejo del
asunto o por error político no logró hacerse de una base social para sostener
su proyecto democrático y enfrentar así a la reacción conservadora.
En contraste, a diferencia del maderismo, la derecha
aprovechó el ambiente de libertades para aglutinar a todos los que sentían
amenazados sus intereses, y fue articulando una base civil de apoyo al golpe
militar. En la propia Ciudad de México, aquí, se formó un grupo de jóvenes
reaccionarios de clases altas y medias que alentaban el cuartelazo y animaban a
la población a rebelarse contra el presidente Madero.
Aun con la nefasta actuación de estos fifís, la canallada
mayor la ejecutaron militares, políticos, y Henry Wilson, el embajador
estadounidense en México, el embajador más siniestro de todos los tiempos de
Estados Unidos en nuestro país.
No voy a relatar lo acontecido en los últimos días del
gobierno del presidente Madero, ni su dolorosísimo asesinato, sólo diré que se
trata de uno de los episodios más abominables de la historia de nuestro país.
En todo caso, la traición contra Madero ayuda a entender el
porqué de nuestra estrategia política. Si no estuviéramos respaldados por la
mayoría de los mexicanos, y en especial por los pobres, ya nos habrían
derrotado los conservadores o habríamos tenido que someternos a sus caprichos e
intereses para convertirnos en simples títeres o peleles de quienes ya se
habían acostumbrado a robar y a detentar el poder económico y político en
nuestro país, ya se sentían los dueños de México.
Amigas, amigos.
Integrantes de las Fuerzas Armadas:
Los ejecutores del cuartelazo fueron militares del antiguo
régimen porfirista como Victoriano Huerta, Bernardo Reyes, Félix Díaz, Manuel
Mondragón, Gregorio Ruiz, Juvencio Robles, Aureliano Blanquet, Francisco
Cárdenas y otros que habían hecho carrera cometiendo atropellos en distintas
regiones del país y que se habían ganado la fama de represores por la
brutalidad con que trataron a los pueblos indígenas para despojarlos de sus
tierras, aguas, bosques y otros bienes comunales.
El 18 de febrero, mientras en la Ciudadela son cruelmente
asesinados Gustavo Madero y Adolfo Bassó, el presidente Madero, el
vicepresidente Pino Suárez y el general Felipe Ángeles son aprehendidos aquí,
en el Palacio, y encarcelados en la intendencia.
Por la tarde, Victoriano Huerta notifica a todos los
gobernadores y a las autoridades militares en un escueto y nefasto telegrama
que ‘autorizado por el Senado he asumido el Poder Ejecutivo estando presos el
presidente y su gabinete’.
Lamentablemente, esta felonía fue acatada por casi todas las
autoridades civiles y castrenses. Sólo un gobernador, Venustiano Carranza,
reunió esa noche a sus colaboradores en su casa de Saltillo, Coahuila, y les
hizo ver la necesidad de desconocer al usurpador.
Al día siguiente, el 19 de febrero de 1913, se dirige al
Congreso y sostiene que ‘el Senado, conforme a la Constitución, no tiene
facultades para designar al primer magistrado de la nación, no puede legalmente
autorizar al general Victoriano Huerta para asumir el Poder Ejecutivo y, en
consecuencia, el expresado general no tiene la legítima investidura del
presidente de la República’.
Ese mismo día, la Comisión de Puntos Constitucionales del
Congreso local aprobó un dictamen desconociendo a Huerta y concediendo facultades
extraordinarias al gobernador Venustiano Carranza para crear las Fuerzas
Armadas y sostener el orden constitucional de la República.
Ese es el origen del actual ejército. Por eso, el Día del
Ejército se celebra precisamente el 19 de febrero. Este es el origen del actual
ejército, que surge del pueblo para defender la legalidad, la democracia y
hacer valer la justicia.
Tengo en mi poder el cuestionario que todavía en 1916 debían
llenar quienes deseaban al ingresar al Ejército. Entre otras cosas, se les
preguntaba si habían ocupado, cito textualmente, ‘un cargo en la época del
dictador Porfirio Díaz o en la época de la usurpación del asesino y traidor
Victoriano Huerta’.
A lo largo de su historia, es más lo bueno de esta
institución militar que los errores o sus manchas, muchas de ellas no
atribuibles a los mandos militares, sino a los gobiernos civiles que en algunas
ocasiones las han utilizado indebidamente, han utilizado a las Fuerzas Armadas
para reprimir al pueblo.
En el ámbito latinoamericano, e incluso en comparación con
lo sucedido en otros países del mundo, las Fuerzas Armadas de México con
excepcionales, porque nunca han pertenecido a la oligarquía: los soldados,
marinos y oficiales vienen de abajo y tienen como origen e identidad el México
profundo.
Ahora, en esta nueva transformación, como en los orígenes,
existe una convivencia estrecha y fraterna entre el pueblo uniformado y el
pueblo civil. Tanto la Secretaría de la Defensa como la Secretaría de Marina
son pilares fundamentales del Estado de derecho democrático y social.
Con las nuevas reformas a la Constitución, el Ejército y la
Armada nos continuarán apoyando en labores de seguridad pública y la Guardia
Nacional se terminará de consolidar bajo la dirección de la Secretaría de la
Defensa.
Estoy seguro que seguiremos contando con Fuerzas Armadas
para defender nuestra soberanía e integridad territorial, y al mismo tiempo serán
garantes de la seguridad pública como cuerpos de paz y de progreso con
justicia.
Felicito a todos los oficiales de Marina y Defensa que ascienden este día histórico, 20 de Noviembre, y los convoco a mantener siempre en alto la lealtad al pueblo y el amor a la patria", concluyó el mandatario.Más en www.somoselespectador.blogspot.com