Los pasillos del
aeropuerto Benito Juárez de la CDMX se
ha convertido en una vereda de rufianes micrófoneros, que atacan a
una figura pública para cuestionarla sobre su vida particular , para lo
cual se autonombran periodistas, sin que las autoridades aeroportuarias pongan orden al respecto, pues tanto policías como
seguridad del lugar, permiten la intimidación a los pasajeros que transitan por
las instalaciones y que pueden ser expuestos
por una cámara de televisión al captarlos sin su consentimiento y al propiciar empujones que pueden dañar principalmente a niños, ancianos o personas con alguna discapacidad ante el
tumulto supuestamente reporteril que deja en estado de indefensión a quien simplemente
camina por los pasillos de abordaje o de llegada, sin que se le brinde la
seguridad operacional ni impida actos administrativos y hasta delictuosos que
puedan producirse en la zona específica. El reglamento del aeropuerto de la CDMX, debe salir de la letra
muerta y no emplear seguridad ante el mal uso de una área
abierta cuando tal zona no excluye de limitantes reglamentarios y leyes
complementarias que tienen competencia federal para poder poner fin al
vandalismo que lo mismo se produce en teatros o calles y que ponen en riesgo la integridad de las personas en
torno al lugar y en el caso que nos ocupa, de los viajeros interrumpidos en contra de su voluntad de su camino, sin que un
“no” sea suficiente y bastante para respetar su determinación de avanzar sin contestar, ya que si bien es cierto, las autoridades competentes, no pueden cambiar el bajo nivel de la
antiética de lo que se ha querido llamar periodismo rosa o del corazón, también es cierto que tienen un mandato obligatorio de protección a las personas y de terminar
con los tumultos, que en la actualidad son disueltos por la propia seguridad particular del pasajero agredido, ante la incapacidad de la administración aeroportuaria.