Es Peña Nieto, el político de nueva generación con los
vicios arraigados de antaño, de su Partido político, el PRI. Un hombre que se
baña de pueblo con programas demagógicos para obtener popularidad y secuencia
electorera pero muy neoliberalista a la
hora de enamorar al abuso empresarial y ser entreguista con los extranjeros.
Como olvidar el reclamo de Obama,
expresidente de los Estados
Unidos que se molestó por las críticas de Peña al Populismo en donde el
mandatario estadounidense aseguró ser populista. O su desgastado discurso en
sus Informes presidenciales por alertar a la población de no votar por el
populismo, ante la fuerza política que ha significado durante diecisite años,
su adversario, Andrés Manuel López Obrador en defensa de programas sociales,
descalificados como populistas y después copiados, incluso por Peña, pero con
trucos en su ejecución. Para Enrique Peña en este último año de gobierno, lo importante es guardar la apariencia de
querer un país con estabilidad
macroeconómica y disciplinado en sus finanzas, sin importarle la corrupción, el
saqueo gubernamental, el futuro político de México por la venta de sus recursos
naturales a extranjeros y la
militarización a su servicio y la continuidad de esta distorsionada política de
Estado, por medio de su partido oficial.