Las dos Coreas desfilaron juntas, bajo la bandera de la
unificación, y el Estadio Olímpico se vino abajo. Los juegos de invierno de
Pyeongchang, en Corea del Sur, ya han hecho historia desde su inauguración.
Como instrumento de una aparente distensión tan súbita como veloz entre las dos
mitades de la península coreana, la diplomacia era tan importante como el
deporte: desde el palco el presidente del Sur, Moon Jae-in, y la hermana del
líder del Norte Kim Jong-un, Kim Yo-jong, sentada inmediatamente detrás,
saludaban entusiasmados a su comitiva conjunta. Les flanqueaban el vicepresidente
de EE. UU., Mike Pence, y el primer ministro japonés, Shinzo Abe. Pero el
momento álgido fue el desfile conjunto de las dos Coreas, por primera vez desde
los juegos asiáticos de invierno en 2007. Los dos abanderados, la jugadora de
hockey del norte Huang Chun-gum y el piloto de bobsleigh Won Yun-jong,
encabezaron a más de un centenar de atletas bajo la enseña blanca y azul, con
la silueta de la península coreana. Todos ellos, norcoreanos y surcoreanos,
portaban el mismo uniforme oficial, patrocinado por una marca estadounidense.Lee
Hee-beom, presidente del comité organizador de estos Juegos, aseguró que “el
norte y el sur se han convertido en uno mediante las Olimpiadas”. La
competición, declaró, “se convertirá en la luz y la esperanza de todo aquel que
desee la paz, no solo en la península coreana sino en el noreste de Asia y todo
el mundo”.