El presidente Andrés Manuel López Obrador en un discurso expresó la postura d ela nación
mexicana a 500 Años de Resistencia
Indígena, del año 1521,
México-Tenochtitlan. El mandatario dijo: “Hoy, 13 de agosto, fecha funeral,
como diría el maestro Carlos Pellicer, recordamos la caída de la gran
Tenochtitlan y ofrecemos perdón a las víctimas de la catástrofe originada por
la ocupación militar española de Mesoamérica y del resto del territorio de la
actual República mexicana.No es fácil el análisis objetivo sobre el proceso de
ocupación militar y colonización española en nuestro país. Son pocas las
fuentes primarias y, aunque existen códices y relatos de los pueblos
originarios posteriores a los iniciales acontecimientos, predominan las
crónicas y escritos de soldados, historiadores y evangelizadores que tienden a
justificar la invasión en nombre de la libertad, la fe, la superioridad racial
o de la civilización, como ha sucedido siempre en hechos históricos de esta
naturaleza en cualquier lugar del mundo.Es por eso que considero hasta ofensivo
y ocioso en estos tiempos volver a la vieja polémica de que los originarios de
Mesoamérica, y en particular los mexicas, eran bárbaros, porque, entre otras
cosas, comían carne humana; pensaban que el caballo era una bestia sobrenatural
monstruosa, que los españoles fueron salvados en batallas por un hombre de a
caballo que figuraba ser el apóstol Santiago, o que Cortés y sus soldados eran
enviados de la divinidad, según la supuesta profecía indígena del regreso de
Quetzalcóatl, o que la adoración de ídolos era una práctica demoniaca.Baste
decir, para responder, como sostenía Fernando Benítez, que entre las llamas que
achicharraban a los herejes y los sacrificios humanos de los aztecas hay pocas
diferencias.Pero sí hay asuntos que deben aclararse en la medida de lo posible.
Por ejemplo, hace unos días un escritor promonárquico de nuestro continente
-que no son pocos, por cierto- afirmaba que España no conquistó a América, sino
que España liberó a América, pues Hernán Cortés, cito textualmente, ‘aglutinó a
110 naciones mexicanas que vivían oprimidas por la tiranía antropófaga de los
aztecas y que lucharon con él’; agrega que ‘pedir perdón por liberar a los mexicanos
de los aztecas es como pedir perdón por haber derrotado a los nazis’.Es sabido
que varios pueblos originarios como los totonacas, los tlaxcaltecas, los
otomíes, los de Texcoco y otros, no 110 naciones, ayudaron a Cortés a tomar
Tenochtitlan, pero este hecho no debe servir para justificar las matanzas
llevadas a cabo por los conquistadores ni le resta importancia a la grandeza
cultural de los vencidos.La idea dominante por mucho tiempo hasta -nuestros
días- de que Moctezuma era un tirano puede ser cierta, pero los hechos narrados
en las crónicas reflejan que sus opositores se sumaron a Cortés y a sus huestes
por sentirse libres y no por vivir como esclavos.Es demostrable también que los
pueblos sometidos al dominio mexica tenían que pagar tributo o impuestos al
poder central; pero la versión de que se los comían es más bien una típica
inventiva de cualquier colonizador; una vulgaridad, por lo general, nunca
comprobada.No debe descartarse, sin embargo, que en otros tiempos la hegemonía
mexica se haya impuesto mediante la fuerza en todo Mesoamérica, pero a la llega
de los españoles era evidente la decadencia del poderío de Moctezuma y de sus
aliados. De haber existido un poder central fuerte, una tiranía, no habría sido
posible que Cortés llegara con apenas 400 soldados españoles la primera vez a
Tenochtitlán luego de enfrentar pocas batallas -dos o tres- desde la península
de Yucatán hasta el Valle de México. La esclavitud como tal es la que explica y
narra el mismo Cortés, quien en sus Cartas de Relación al rey Carlos V de
España, después de su primer derrota en Tacuba, en la sede de batalla de la
Noche Triste o de La Huida, sostiene que, en venganza por la muerte de
españoles y ante la rebeldía de los indígenas, que además, cito textualmente,
‘comen todos carne humana’, empezó a convertirlos en esclavos. En Tepeaca,
Tecamachalco, Izúcar, Huaquechula y otros lugares del Valle de Puebla aplicó la
estrategia de respetar a los que se sometían y a arrasar y a esclavizar a los que
resistían.Pero tampoco debe verse a Cortés como un demonio; era simplemente un
hombre de poder, un militar con valor, aplomo; un militar desalmado, un
político audaz y ambicioso de fortuna que hábilmente aprovechó las divisiones y
las debilidades de los mexicas para imponerse con discursos, argucias, terror y
violencia hasta conseguir apoderarse del anhelado tesoro en oro y plata de
Tenochtitlan.Pedro Salmerón, en su reciente libro La batalla por Tenochtitlan,
empieza con la atinada advertencia de que, ‘haciendo a un lado justificaciones
de toda índole, el motivo primordial de dicha expedición fue el afán de
riqueza’.En un poema escrito en un día como hoy, pero en 1964, lamentando la
destrucción de Tenochtitlán, el maestro Carlos Pellicer decía:‘Me da tristeza,
no por mexicano, sino sólo por hombre. Bueno, sí, la ambición, destruir, matar
para obtener y poseer; esta es la razón de tanto duelo, de tanta ruina, de
tantas lágrimas oscuras, de tanto pecho destrozado y aún vivo de tanto estar
mirando el horizonte y sin nada entender.’Y en efecto, la pregunta obligada es
si las matanzas de miles de indígenas de Cholula, en el Templo Mayor, en la
toma y masacre de Tenochtitlan, y los asesinatos de Moctezuma, Xicoténcatl y
Cuauhtémoc y otras autoridades indígenas trajeron civilización a la tierra que
Cortés bautizó como la Nueva España.¿Valieron la pena tantas muertes, tanto
pueblo arrasado, saqueado y quemado, tantas mujeres violadas, tantas
atrocidades ordenadas por el mismo Cortés y por él relatadas en sus cartas al
rey?Pensemos, por ejemplo, en ese pasaje que narra que fueron tantos los
indígenas asesinados en Yecapixtla que un río que corre cerca de aquel pueblo
por más de una hora fue teñido de sangre, o ese parte lapidario del día 12 de
agosto, en la víspera de la caída de la toma de Tenochtitlán, según el cual,
cito textualmente, ‘aquel día se mataron y prendieron más de 40 mil ánimas’.¿Verdad
que no hay justificación alguna ante tan terrible desgracia?La respuesta es un
no categórico.Puede matizarse, alegando que se construyeron durante la Colonia
palacios y bellos templos, que se creó la universidad y había imprenta antes
que en Estados Unidos, y que se registró un auge económico, sobre todo en la
minería; pero todo ello, ni más, no es suficiente, y menos si se tiene en
consideración que no fue en beneficio de todos.Durante los tres siglos de
dominación colonial los indígenas sólo tuvieron dos opciones: sobrevivir en la
pobreza en zonas de refugio -en la sierra, los pantanos o en la selva, porque
fueron despojados de sus mejores tierras-, o ser enganchados para trabajar en
las minas o en las haciendas como esclavos.En el caso de la ciudad, Fernando
Benítez sostiene que a los habitantes de la antigua Tenochtitlan se les condenó
a vivir en las afueras, en las orillas, en la marginación. A la miseria de los
vencidos se oponía la riqueza de los vencedores, que habitaban en los palacios
cerca a esta plaza mayor, o en las huertas y jardines de San Cosme, más allá de
la Alameda.Pero tampoco la acumulación de capital para los propietarios de la
Nueva España y para la Corona fue abundante o significativa. En todo el periodo
colonial no hubo avances tecnológicos y siempre se padeció de la llamada falta
de brazos.Un dato. El oro que se llevaron de México los europeos, los
españoles, en 300 años de dominación, 182 toneladas, es equivalente en la
actualidad a sólo dos años de lo obtenido por las empresas mineras nacionales y
extranjeras, que en 2017 y 2018 extrajeron 192 toneladas.En contraste, empezó
desde hace 500 años, para los pueblos sometidos, una era de violencia,
sobreexplotación, esclavitud, desánimo y tristeza. Y como las malas noticias
nunca llegan solas, siempre se hacen acompañar de otras, la Conquista provoco
una crisis sanitaria, una catástrofe peor que la invasión militar porque, sin
que nadie lo deseara, la población indígena fue reducida drásticamente por la
llegada de enfermedades desconocidas que los curanderos aborígenes no sabían
cómo enfrentar y se convertían en terribles epidemias; la gente contagiada no
podía resistir por falta de fortaleza física, emocional y de anticuerpos, y
morían miles sin remedio.En el libro de Pedro Salmerón, que ya citamos, vienen
tres referencias sobre los efectos de la viruela en la víspera, el sitio y
durante la batalla por Tenochtitlán. En una, el soldado español Bernardino
Vázquez de Tapia sostiene‘Vino una pestilencia de sarampión y vínoles tan recia
y tan cruel que, creo, murió más de la cuarta parte de la gente de indios que
había en toda la tierra, lo cual mucho nos ayudó para hacer la guerra y fue
causa que mucho más prestó para que se acabase, porque, como he dicho, en esta
pestilencia murió gran cantidad de hombres y gente de guerra, y muchos señores
y capitanes, y valientes hombres, con los cuales habíamos de pelear y tenerlos
por enemigos, y milagrosamente nuestro señor los mató y nos lo quitó delante.’ El
soldado confundió sarampión con viruela, que fue la epidemia que causó en ese
entonces muchas muertes; entre otras, la de Cuitláhuac, quien había tomado el
mando luego del asesinato de Moctezuma y fue después sustituido por Cuauhtémoc.En
las otras dos referencias a la viruela, el soldado español Francisco Aguilar
señala que ‘en el cerco a Tenochtitlan había hambre y también viruela, todo lo
cual -dice- fue causa de que los mexicas aflojasen en la guerra y no peleasen
tanto’. Y el mismo cronista da gracias a Dios porque, ‘estando los cristianos
harto fatigados de la guerra, a los mexicas les envió viruela y entre los indios
vino una gran pestilencia’.Estas terribles epidemias de viruela, sarampión,
paludismo, cólera, tosferina, mal de bubas, peste y otras enfermedades
diezmaron a la población. En Tabasco, en Las crónicas del siglo XVI, se
sostiene que a la llegada de los españoles la población nativa alcanzaba los
135 mil habitantes, pero al poco tiempo las cosas cambiaron, la tierra se plagó
de enfermedades y la población disminuyó con rapidez: para 1575, Tabasco apenas
tenía ocho mil 500 habitantes; en sólo medio siglo, la población se había
reducido en un 93 por ciento.Enrique Semo afirma que ‘el cataclismo más atroz
que sufrieron los amerindios en la Conquista fue, sin lugar a dudas, la
combinación de guerras, destrucción de su tejido social y las enfermedades
epidémicas para las cuales no tenían inmunidad’.El mismo Semo, autor del libro
La Conquista, catástrofe de los pueblos originarios, luego de analizar varias
fuentes, llega a la conclusión de que en 1518 había en Mesoamérica y en
Aridoamérica 11 millones de habitantes y 87 años después, en 1605, la población
apenas llegaba a un millón 75 mil personas.Este desastre, cataclismo,
catástrofe, como se le quiera llamar, permite sostener que la Conquista fue un
rotundo fracaso. ¿De qué civilización se puede hablar si se pierde la vida de
millones de seres humanos y la nación, el imperio, o la monarquía dominante no
logra en tres siglos de colonización ni siquiera recuperar la población que
existía antes de la ocupación militar?Recordemos. En 1518 se contaba con 11
millones de habitantes y en 1821 la población del México que había logrado su
independencia era de seis millones de habitantes.Traigo a escena de nuevo a
Tabasco, que llegó a tener, como ya hemos dicho, antes de la llegada de los
españoles, 135 mil habitantes, pero su población disminuyó y en tres siglos de
dominación colonial nunca pasó de 40 mil habitantes. Es hasta después de la
Independencia, a partir de 1830, cuando la población empieza a crecer porque
comienza a llegar y se empiezan a aplicar con cierta regularidad la quinina
para combatir el paludismo y la vacuna contra la viruela, que se descubre hasta
1800. 300 años.Ahora que estamos padeciendo del COVID tenemos que reconocer que
en un año se contó con una vacuna, y en el caso de la viruela se tuvo una
vacuna casi 300 años después de que empezó a afectar esta epidemia en
México-Tenochtitlan.En el caso de Tabasco, decía, a partir de 1830 la población
empieza a crecer porque ya se contaba con la vacuna; inclusive, en el
presupuesto del estado se incluía una partida destinada a proporcionar este
servicio en forma gratuita.En suma, la Conquista y la colonización son signos
de atraso no de civilización, menos de justicia.Sólo pensemos que, en nuestro
país durante la Revolución por violencia, hambre y también por epidemias
perdieron la vida un millón de mexicanos; sin embargo, en 1930, con sólo 20
años transcurridos, ya se tenía de nuevo la población de 1910.De modo que la
gran lección de la llamada Conquista es que nada justifica imponer por la
fuerza a otras naciones o culturas un modelo político, económico, social o
religioso en aras del bien de los conquistados o con la excusa de la
civilización.Las conquistas, las invasiones, las guerras, siempre serán un
riesgo para la humanidad. Además del agravio principal, traen consigo
afectaciones culturales, sociales y daños colaterales. Suele pasar que la
ambición y la tristeza viajan, viven y duermen juntas. Políticos, monarcas y
hombres de Estado no deben omitir estas lecciones que surgen de amargas
realidades y se convierten en enseñanzas mayores. Ojalá todos hagamos el
compromiso de la no repetición, de no repetir los mismos errores y horrores.
Pongamos fin a esos anacronismos, a esas atrocidades y digamos nunca más una
invasión, una ocupación o una conquista, aunque se emprenda en nombre de la fe,
de la paz, de la civilización, de la democracia, de la libertad o, más grotesco
aún, en nombre de los derechos humanos. No debemos aceptar que el poder
militar, la fuerza bruta, triunfe sobre la justicia. Debemos, en cambio,
procurar que desaparezca de la faz de la tierra la ambición, la esclavitud, la
opresión, el racismo, el clasismo y la discriminación, y que sólo reine e
impere la justicia, la igualdad, la paz y la fraternidad universal”. Más en www.somoselespectador.blogspot.com